jueves, 18 de septiembre de 2008
Mitos Trans
Cuenta Homero que Afrodita -Venus para los romanos-, diosa del amor, solía engañar a su marido, el dios cojo y herrero, Hefaistos, con el fornido dios de la guerra, Ares. Hefaistos, alertado por Apolo delator de la situación y cansado ya de los engaños, que, sea dicho de paso, no se limitaban solo a un tórrido romance con Ares, atrapó a su esposa in fraganti, desnuda junto a su amante con una red mágica y los exhibió en su pudor frente a todos los Olímpicos. Al ver la belleza y la perfección de ambos cuerpos trenzados en tensión contrapuesta no pudieron sino ruborizarse en un episodio que la antigüedad conoce como “La sonrisa de los dioses”. De esta unión nacieron tres vástagos: Phóbos y Deimos (el miedo y el terror, respectivamente, compañeros de su padre en el campo de batalla), y Harmonía, (como Heráclito testimonia “todas las cosas son una, al divergir convergen, (h)armonía propia del tender en direcciones opuestas, como el arco y la lira”). Entre los que con placer espiaron la cópula divina se encontraba Hermes, que exclamó que no le molestaría ser sorprendido en la posición de Ares con tal de compartir el lecho con Afrodita. La claridad en el deseo a veces entraña buenos resultados, y Hermes obtuvo su premio de la diosa amiga de las sonrisas. De esa otra unión, nació un muchacho tan hermoso como la belleza de sus padres, y en honor a ellos fue llamado Hermafrodito. A la edad de 15 años, se encontraba vagando él en una laguna en la región de Licia. Allí, una ninfa de río, Sálmacis, la única desobediente a las órdenes de la diosa virgen Artemis, no caza ni corre ni practica con su arco, como las otras náyades. Lo único que le place es peinarse la larga cabellera, y contemplarse, hermosa, en sus propias aguas. Sálmasis vio al joven Hemafrodito, atraído por el frescor de la laguna, y deseó poseerlo inmediatamente, con la misma voracidad con la que solo los varones suelen desear en la mitología grecolatina. Pero el muchacho, que ignoraba qué era el amor, la rechazó, y amenazó con abandonar el sitio si ella no se retiraba. Sálmacis, astuta, retrocede y se esconde para observarlo de entre los arbustos como una voyeur. Él, cual una suerte de Coca Sarli de la antigüedad, creyéndose tontamente solo, y cautivado por la tibieza de las aguas, se libera de toda ropa y entra a la laguna. Sálmacis arde apasionada porque ha vencido, Hermafrodito se metió en su elemento. Ella lo abraza enloquecida y aunque él intenta, en vano, zafarse, Sálmacis suplica a los dioses “que ningún día se separe de mí”. Los dos cuerpos se funden literalmente en uno, del cual no podrá decirse nunca más si es varón o es mujer. Ha nacido un ser dotado de una naturaleza doble, de una hermosura sin igual, que porta ambos sexos, para la antigüedad clásica, un ser bisexual, un “hermafrodita”.
No es éste el único cambio de sexo. Tiresias, uno de los testimonios místicos y autobiográficos más descarnados del amor entre varones, de Marcel Jouhandeau, reproduce el diálogo con su amante Richard en el momento de la penetración: “Es un dolor agradable, ¿soy el primero en dártelo a conocer? Recíbelo como si te dotara, por arte de mi varita mágica, de un segundo sexo.” Tiresias, el famoso adivino hijo de la ninfa Cariclo, que les vaticina tanto a Edipo como a los padres de Narciso el futuro penoso de ambos. Pero su poder para la adivinación no es natural, sino un don compensatorio. Una vez, quizás por aburrimiento, Tiresias vio a dos serpientes unidas en cópula y las hirió golpeándolas con un palo para separarlas. Como resultado de la intervención, y sin ninguna lógica o solución de continuidad, cosa común en los mitos, Tiresias quedó convertido en mujer. 7 años más tarde, inductivamente volvió a repetir el experimento, y al ver a dos serpientes en la misma posición, las golpeó, retornando así a su sexo de partida. Pero su aventura de cambio de sexo de ida y de vuelta le valió fama y renombre... Zeus, dios máximo de los Olímpicos, intentaba justificar frente a su hermana-esposa, Hera, sus infidelidades, señalando que las mujeres gozan más en la relación sexual. Por supuesto, Hera no estaba convencida, y decidieron consultar a un especialista a, alguien que hubiera tenido ambas experiencias y por ende pudiera dirimir la cuestión. ¿Quién goza más? Tiresias, sin un atisbo de duda, falló a favor de Zeus: él ciertamente podía afirmar que las mujeres gozaban más, lo había vivido. Enfurecida Hera decidió cegarlo de manera permanente, y Zeus lo compensó con el don de la adivinación (que en otras tradiciones míticas, como el Himno creado por el poeta alejandrino Calímaco, es producto de ver desnuda a Palas Atenea). Psiquis y subjetividad únicas la de Tiresias, que transcendió los límites de ambos cuerpos.
Tampoco él es el único: Ifis descendiente de Ligdo y Teletusa, una familia pobre de la isla de Creta, aunque se trate de un mito con fuertes influencias egipcias. Ligdo le había ordenado a su esposa que si paría una niña, se la mataría porque no estaban en condiciones de alimentar la inútil boca de una hembra. Pronta a dar a luz, a Teletusa se le apareció la diosa Isis, para los griegos identificada con la Luna, Selene, junto a todo su séquito: Bubastis, la diosa cabeza de gata; Anubis, el dios cabeza de perro; Apis, toro negro con una mancha blanca en la frente; el dios halcón Horus, representando en esta aparición como un niño con un dedo en la boca que pide guardar silencio; y Osiris, marido de Isis, desmembrado por su propio hermano, Set, y vuelto a la vida y rearmado por su esposa. Mandó la diosa a que criara a la criatura cualquiera fuera el sexo, ella estaría allí ayudando. Teletusa obedeció, una vez más, y cuando alumbró a una hembra, mintió. El padre le llamó Ifis, como su propio padre, y Teletusa se alegró de un nombre unisex. Ifis fue criado y educado, como un niño, y a los 13 años, lo prometen como marido de la rubia Iante, con quien compartía la edad, la belleza, y el sexo biológico, aunque esto era un secreto. Ifis y Iante se amaban ya, y todo hubiera sido motivo de infinita felicidad sino fuera por esos pequeños detalles insalvables para la antigüedad. En un sincero rapto que muestra las tensiones con el homoerotismo en la antigüedad, Ifis se lamenta interiormente, se siente un monstruo: “Ni el amor de una vaca abrasa a una vaca ni el de las yeguas a las yeguas…ninguna hembra se arrebata por el deseo a otra hembra.” Incluso llega a pensar que su amor hacia Iante es aun peor que el de la reina de Creta, Pasífae, en su disfraz de vaca, creado por el ártifex Dédalo, para que pueda copular con un magnífico toro, y luego concebir al Minotauro encerrado en el laberinto: “…la hija del Sol amó a un toro, ciertamente una hembra a un macho, mi amor es más insano que aquel…busca (Ifis) lo que es lícito amar y ama lo que debes como mujer.” Desesperada su madre Teletusa aplaza la boda aludiendo malas visiones, o fingiendo enfermedades, hasta que se le agotan las excusas. Ya casi perdida toda esperanza, acuden al altar de Isis y suplican la ayuda prometida por la diosa. Al salir del templo, la transformación se produce, e Ifis convertido en varón alarga el paso, aumenten sus fuerzas, y la expresión de su rostro se endurece definitivamente. Ifis transformado deja entonces un ex voto para la diosa que le asistió “Paga un joven los dones que siendo mujer había prometido Ifis”.
Si seguimos leyendo las versiones de Ovidio, Venus, la diosa del amor, Juno, la diosa del matrimonio, e Himeneo que preside el cortejo nupcial, fueron de la boda de Ifis y Iante, a otra que tuvo realmente un final trágico: Orfeo y Eurídice. Al breve tiempo de estar casados, muere Eurídice porque pisa una serpiente venenosa. Orfeo no se resigna a perderla y baja al Hades, la morada de los muertos, a pedir que le devuelvan a su amada, con su canto poético-mágico y su lira (que para algo sirva ser el poeta lírico por antonomasia, capaz de conmover a las piedras, que para algo sea útil el carmen - poema, en latín, tanto como encantamiento, hechizo o canción- . La diosa del inframundo, Perséfone, que también sabe de desgracias y pérdidas, se apiada de él y se la devuelve con una sola condición: “no mires atrás hasta salir”. El final, creación latina, quizás por influencia con el relato de Lot en Sodoma cuya esposa es convertida en estatua de sal por haber mirado atrás, es conocido por todos: Orfeo, tomado por un rapto de locura, y desesperado, mira atrás, perdiéndola dos veces. Durante 7 días deja de comer pero su canto finalmente retorna; se allegan hasta donde se encuentra penando los elementos naturales, las plantas, y los árboles, todos de connotación homoerótica, como el ciprés, que remite a Cipariso, amado por el dios Febo, que mató, por error de un lanzazo a su ciervo favorito, y pidió, a pesar de las suplicas de su dios amante, morir. Orfeo canta y canta a los jóvenes amados por los dioses, entre ellos el enamorado de Zeus, a quien no solo atraían las mujeres, Ganimedes, de la tierra Frigia, la misma de Atis, el eunuco pasivo y afeminado, sacerdote de Cibeles. Y también canta Orfeo a Jacinto, otro de los amores de Apolo y asesinado, por error. Pero Orfeo incluso se lo recuerda gracias a otro hecho más maravilloso: tras la pérdida de Eurídice, nunca más deseó tener contacto con otra mujer, siendo él, según Ovidio, el creador del amor entre varones, lo que le vale la muerte por descuartizamiento a manos de las despechadas mujeres de Tracia.
Amor improbus omnia vincit. El amor inmoderado todo lo vence en la palabra del mythos que todavía nos habla a través de los antiguos textos. Cuerpos y amores que se fueron transformando de una sexualidad a otra, de una expresión de género a una distinta en trance de placer, es decir de política.
Metamorfosis Ovidio (Cátedra)
Diccionario de Mitología Griega y Romana, Pierre Grimal (Paidos)
Según Natura, la bisexualidad en el mundo antiguo, Eva Cantarella (Akal)
Las experiencias de Tiresias Nicole Loreaux (Biblos)
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