sábado, 11 de junio de 2011

Safo no auto-biografica


Aquel me parece ser igual a los dioses, el varón, sentado frente a vos te escucha de cerca cuando le hablás dulcemente y con placer te reís. Eso hizo aletear mi corazón dentro de mi pecho. Pues tan pronto como hacia vos miro apenas, entonces ya no es posible que emita sonido alguno. La lengua estalla en pedazos silenciosamente y un fuego subrepticio galopa por debajo de mi piel. Nada veo con los ojos y los oídos me zumban, un sudor frío se apodera de mí y un temblor me captura entera, estoy más verde que la hiedra, parece que falta apenas un poco para que yo muera. Todo es posible de sobrellevar,...




John Winkler en Las Coacciones del deseo (de Manantial) refiere al libro Lesbian Peoples: Material for a dictionary, donde Monique Wittig y Sande Zeig dedican una página en blanco entera a Safo como respuesta a las trivializaciones, la lesbofobia y la misoginia, tanto modernas como antiguas, rodean a esta poeta, posiblemente la más destacada después de Homero, para el mundo Griego. Aún recuerdo a mi profesora de griego de la UBA, Helena Huber, por ejemplo, quien tras tenernos todo un cuatrimestre leyendo lírica griega arcaica en clave autobiográfica, cuando llego a Safo, rotundamente dijo “Safo no era lesbiana”. Como la joven chica que era en ese momento, y que no lograba encontrarse con chicas, aun deseándolo, ese dictum de esa vieja filo-germana me resultaba avasallante. Hoy intentaré hacer otra genealogía, donde también se pueda afirmar lo mismo, si incurrir en un acto de lesbofobia flagrante.


Algunas cosas al respecto de Safo que conviene saber: en su mundo el término lesbiana refería a una mujer nacida en la isla de Lesbos, el homoerotismo femenino tiene por todo nombre tribas del verbo griego tribein, frotar. Como el poeta Catulo nos hace saber con la elección de epíteto para su partenaire poética, Lesbia, las lesbianas o lésbicas, son en la antigüedad y gracias a Safo mujeres connotadamente hermosas y sofisticadas, cultas y refinadas. El mundo donde vivió Safo 600 años a.C era un mundo de lujos para las familias aristocráticas de la cual ella formaba parte. Desde ese lujo, ejercía la posibilidad de homoerotismo entre mujeres.

Asimismo, Safo alcanzó tanta fama en su tiempo y durante los sucesivos 600 o 700 años que llegó a lograr el estatuto de décima musa, o a ser personaje protagonista de ficciones literarias como la carta de Safo a Faón, en Heroidas de Ofidio. Sin embargo, su rutilante fama no alcanzaron para salvar de las llamas de la HIStoria más que alrededor de 100 fragmentos (aunque sabemos que publicó 9 libros), y no mucho más de 4 o 5 poemas suficientemente largos como para que puedan ser analizados críticamente Su fama tampoco alcanzó, y esto hay que decirlo ya, para traer consigo al mundo de la modernidad a las otras mujeres poetas de la antigüedad: Korina, Telesila, Praxila, Erina, Anite, Nosis, Moiro, Hedila, Melino, y Sulpicia en Roma.


Su poesía, la que conservamos, está casi exclusivamente dedicada a mujeres, donde Afrodita es la diosa mayor, pero también la más temible. Su palabra poética es el pharmakon para los estragos de esta diosa, la curación para quien enferma de amor, aunque enfermar de amor sea adquirir salud lírica puesto que se podrá entonces escribir al respecto. Desde donde yo quiero seguir leyéndola hasta el fin de los días, Safo es una “mujer” que habla acerca de y se dirige a mujeres. Y habla de amor, de enamoramiento, pero sobre todo habla de sexo, sexo con otras mujeres, y también con otros varones. Hablar, lanzar la voz a través del hechizo poema, es, tal como lo afirma la sentencia de Sófocles (“el silencio le sienta ala mujer como una joya”) un acto de violación a las reglas de la antigüedad -¿sólo a ellas?-. Mujeres y mundo público solo podían estar unidas entonces por el silencio, y su sexualidad administrada y definida por su kyrios, su guardián.


Sin embargo, su lírica arcaica o monodia no se componía para la lectura privada, sino para la representación pública. Según esta conciencia, la literatura de mujeres es solo un pequeño círculo dentro de una literatura más amplia, escrita por varones, del mismo modo que el gineceo es el espacio de la mujer dentro del encierro doméstico y el mundo exterior. Pero en la medida que la cultura pública es justamente eso pública, y como norma, gobierna la interacción social toda, las mujeres tiene acceso a ella lo mismo que los varones. Debido a que la heternorma presenta esta cultura como La Cultura, y segregan cualquier otra como una subcultura, las mujeres están en condiciones de conocer dos culturas: la de los varones, conocida por todas, y la de las mujeres, solo susceptible de ser leída por otras afines. Es decir mujeres bilingües dentro de un campo imperial mayor donde quienes dominan no sienten la necesidad de aprender la lengua del otro. Más aun, como mujer que quiere adquirir una posición pública en el campo intelectual de la poesía, Safo tiene claro de con qué tradición tiene que conversar, y re-leer: Homero. El discurso homérico no es solo el punto de partida para la creación de su propia poética amatoria sáfica- aquella del amor como una enfermedad, como una experiencia de la pasión desenfrenada y enferma-. Y su gran acierto, sin duda un efecto de lectura con respecto a Homero, y de allí en más emulado por siempre, el desdoblamiento lírico del Yo poético pero también de los personajes de los poemas.

En la medida que sus poemas son una lectura de Homero, e inducen a leerlo nuevamente, instauran una perspectiva femenina sobre las actividades propias del quehacer masculino en la antigüedad.

Mi profesora Helena Huber tenía razón al decirle a sus alumnitas que Safo no era lesbiana, en tanto como poeta no es una historiadora que documenta su propia vida. Safo participa creativamente en la tradición lírico-erótica y vence, como Afrodita. Y su importancia tal vez radique en dejar de leerla sobre “el telón de fondo del imaginario voraz de la “literatura femenina”” al decir de Nora Dominguez porque no importan tan “solo qué, cuánto, cómo, dónde se produzca y quién lo encare sino cómo se lea”. La manera cómo leemos, que mayormente se desprende de lecturas previas padecidas durante las socializaciones, determina qué leemos y qué hacemos circular. Por ende, un canon centrado en la masculinidad, prestigia y legitima, a través de sus estrategias de interpretación, independientemente de la expresión de género de sus agentes, materiales con esas características o perpetra cierto tipo de textos, donde especialmente las narrativas son privilegiadas en detrimento de otras literaturas donde las mujeres son muchas, por ejemplo la poesía, ni que hablar de aquella de la antigüedad aún en manos de los elementos más heteronormales de nuestra sociedad..