sábado, 9 de agosto de 2008
Transamerica- Posmodernidad
Transamérica, confrontando las porosas fronteras de la posmodernidad del 30/10 1/11 2007. Charla con artistas, escritores y activistas latinoamericanos en el CCEBA (Lohana Berkins, Kingston González, Mauro Cabral, Marcos Luczkow, Andrés Ramírez, Ana Sierra, Tatiana Kleyn, Marlene Wayar, Fracisco Nájera y Lidia Blanco).
A finales del mes de Octubre y principios de Noviembre, el Centro Cultural de España en Buenos Aires planteó una mesa donde artistas, poetas, docentes, y activistas de género de Latinoamérica se reunieran para dar cuenta de las experiencias diversas ante el derrumbe de lo que el sentido común llama Occidente, para, colectivamente, redefinir deseos, sexos, culturas. Al término de las 4 jornadas, mantuvimos una charla conjunta que intenta responder al interrogante de qué y para qué es la posmodernidad.
Como fenómeno que se expresa en todas las expresiones actuales, la posmodernidad se inicia en arquitectura y de allí deriva a los estudios culturales que abordaban el tema de la industria cultural. Sin embargo, éste es un fenómeno que ha tenido mala prensa. En el campo intelectual latinoamericano, en general, los y las artistas niegan ser parte de la posmodernidad por sus connotaciones reaccionarias con el fin de la historia, tal como lo entendió Francis Fukuyama, las ideas del fin del humanismo, o crisis de grandes relatos que den cuenta y expliquen y resuelvan, de manera científica, el mundo y el devenir hacia el progreso. Así entendida, verdaderamente no dan ganas de pertenecer(le).
Sin embargo, si la posmodernidad es una parte de la línea tiempo que ocurre después de la modernidad, entonces es una parte de la historia misma. Por eso, primeramente no cabe suponer un sentido común que se le pueda adjudicar al término como simple re-estructuración económica de las artes que se mueven bajo la estética del valor de número de ventas de los países desarrollados, especialmente porque el término adquiere definiciones diversas entre estos países y otras latitudes como ser África, Asia, o Latinoamérica, donde la historicidad ha sido expropiada a ciertas identidades de género, que aún están tratando de historizarla. Por eso, ¿dónde se sitúa el arte en este contexto cuándo no todos sus productores han transitado la modernidad?
Quizás una clave supone considerar una diferencia entre posmodernidad y postmodernismo, siendo éste último una potencialidad estética, una herramienta cultural, hasta incluso un arma. Desde una perspectiva postestructuralista, el postmodernismo como tendencia artística produjo discursos de liberación y cuestionamiento de la visión iluminista y positivista totalitarias, para convertirse en un conocimiento en constante construcción colectiva, sin verdades absolutas, que no por eso debe ser entendido como un relativismo in extremis, sino como contra-narrativa que denuncia cómo el conocimiento genera ignorancia, y como la supuesta ignorancia porta saberes y disfrute. También habilita la gestión de espacios a las literaturas y artes de los márgenes, mediante el cuestionamiento de los discursos hegemónicos impuestos, que otrora podían definir unívocamente qué cosa era arte y qué no sin un atisbo de duda, incluso entre las expresiones emergentes que se proponían desmarcarse, sin llegar a lograrlo. En cambio, las voces del postmodernismo, en y desde las resquebrajaduras, empiezan a expresarse incluso sin articulación, tentativamente, sin la certeza absolutista de saber, a ciencia cierta, qué dicen, mientras los géneros estallan como tales y aparecen hibridaciones textuales resistentes: novelas que parecen poesía, combinación de géneros, relaciones entre plástica y literatura, música y poesía, sin siquiera reclamar un “nuevo arte”, sino más bien un modo de vivir. Aunque, tal como rápidamente se advierte, el postmodernismo tampoco es per se y a priori un fenómeno deseable en sí, porque puede ser producto manifiesto de la pobreza, el ensimismamiento y el aburrimiento de la hegemonía que se permite mirar lo que hacen los otros, cuando, hastiada de su sociedad de consumo y en busca de experiencias nuevas, se da el lujo de dejarse penetrar por otras subjetividades alternas. Más aún, puesto que los registros del arte y la literatura todavía han sido configurados en y por la modernidad, aunque estas voces hablen sin necesidad de abandonar sus espacios y regiones propios de expresión, bajo su propia lógica e iniciativa discursiva, no significa que las estemos escuchando.
Lo cierto es que la identidad del artista ha abandonado el mesianismo que precipitó a varios de sus intelectuales orgánicos al vacío, literalmente, tanto desde el liberalismo como desde el socialismo. Y escribir, hoy más que nunca, en un contexto específico, sin tiempo y donde persiste el hambre, es desestabilizar, el lenguaje y las realidades construidas mediante el lenguaje, y crear mundos estético-políticos que cuestionen las formas de decir y entender el mundo y fomenten la organización desde la interpelación permanente de todo lo establecido. Los y las artistas emergen y exhiben no sólo las miserias, sino también las complicidades que ellos mismos tienen, junto a la sociedad toda, en el mecanismo de reproducción de muerte. Como manera de concebirse, el arte posmodernista cuenta con la posibilidad de liquidar la hegemonía que se porta consigo, para incluso plantearse desde el resentimiento y el dolor y manifiestar el compromiso con la lucidez para mirar alrededor que redunda necesariamente en un deseable inconformismo.
Mientras la posmodernidad es un registro de funcionamiento como moneda de cambio de economías discursivas incluso contradictorias (por ejemplo, en el agón político “posmoderno” es sinónimo de “falta de compromiso”, mientras que cuando alguien se llama a si mismo “posmoderno” intenta calificarse como libre frente a las grandes narrativas) que acepta el devenir liberal con una nueva mística; el postmodernismo como corriente estética problematiza certezas, empuja los propios límites, para interpelar las moralidades hegemónicas y no acomodarse en la normalidad. La postmodernidad como mero discurso reconstructivo de la muerte de la razón iluminista nos lleva a creer que las cosas sólo son modificables en términos de reivindicación, resarcimiento y reconciliación. El postmodernismo, como horizonte de expectativa deseable y deseante, como proyecto que socava el poder y la razón iluminista, desacraliza géneros y esencias, que se tornan conceptos huecos rellenados ad hoc con nuestras necesidades de lucha concreta. Por fin, los padres se han ido, estamos solos; y ya no importan ni el respeto ni la aceptación si con ellos algo de nuestra dignidad individual se pierde en el camino.
Textos de consulta
Las estructuras históricas. Frantisek W. Galan
La cultura en plural. Michel de Certau
La guerra de las imágenes. Serge Gruzinski
Culturas Híbridas. Nestor García Canclini
Tiempo Presente. Beatriz Sarlo
La Posmodernidad. Fedric Jamenson
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario