lunes, 9 de julio de 2007

¿ACASO TENEMOS QUE ESTAR DESNUDAS PARA INGRESAR AL MUSEO METROPOLITANO?


El grupo de activistas Guerrilla Girls promovió, hace unos años, una famosa campaña: “¿Acaso tenemos que estar desnudas para ingresar al Museo Metropolitano? 5% de artistas mujeres, 85% de desnudos femeninos en los museos de arte moderno” La cifra hace alusión al lugar recurrente de la mujer como productora de arte donde comúnmente se afirma que hay pocas, o peor, se supone que no son tan relevantes. ¿Pero se puede acaso continuar abstrayendo su producción de la historia del arte y la literatura
Tradicionalmente, occidente organiza su relato a partir de “grandes? momentos”, transitados casi exclusivamente por algunas “celebridades”. En esa historia, el papel de la mujer es la de ser musa, “objeto” de la mirada. Los valores imperantes de nuestra sociedad, centrada en cierta clase de varón, reproduce, en el estudio institucional, la invisibilización de la producción de mujer. En el ensayo 3 Guineas, Virginia Wolf sostuvo que una sociedad gobernada por varones tiende a confiar en las lecturas de varones. Sin embargo, el “cupo femenino” en ciertos espacios de poder, donde la situación de la mujer se ha modificado gracias a la fuerza indiscutible de sus intelectuales, no garantiza, ipso facto, la promoción de su producción artística, porque incluso las víctimas de la violencia simbólica pueden ser su vehículo. Por ejemplo, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires publica, en el 2007, dos antologías de narrativa argentina, de distribución gratuita como parte de su programa Opción Libros, bajo la coordinación y compilación de la Lic. Cedro, la subsecretaría, Stella Maris Puente, más otras dos mujeres en el equipo general. En los dos tomos publicados hasta hoy, se encuentran 3 narradoras sobre un total de 22 autores. Asimismo, aunque las generalizaciones son antipáticas para quienes hacen otros esfuerzos, los programas recientes de las literaturas de la carrera de Letras sólo introducen cerca de un 15% de textos de ficción de mujeres, o cuando lo hacen, es a través de un programa de género. Nora Domínguez, vice-presidenta del Instituto Interdisciplinario de Género de la UBA, agrega que “las mujeres escritoras llegan tarde a los programas porque hay algún tren que no para donde ellas residen. No podría afirmarse que sufren un borramiento absoluto pero la lista que conforman es reducida”. La máxima eminencia actual en literatura argentina, Beatriz Sarlo, publicar recientemente un libro de ensayos,-edición al cuidado Sylvia Saítta, catedrática de la UBA-, con sólo tres trabajos sobre autoras sobre un total de 483 páginas: dos de las tres beneficiadas, Victoria Ocampo y Juana Bignozzi, al estilo de lo que ocurre con Frida Kalho, son principalmente consideradas a través de sus excepcionales vidas y el tendido de “redes amicales” masculinas, o de los aspectos más seductores de los desvíos de su clase. Stricto sensu, Ocampo, una de las figuras más relevantes del campo intelectual argentino del s. XX, no fue, como sí su hermana, una escritora de ficción. Mejor suerte corren las mujeres en el tomo a cargo de Saítta de Historia Crítica de la Literatura Argentina, dirigido por Jitrik, donde abundan, para cada volumen, prestigiosas investigadoras. Pero, el eje central de la literatura de mujer es allí, en general, los límites de la ficción y la (auto)biografía. Domínguez advierte que los textos de mujeres “pocas veces pueden librarse de ser leídos sobre el telón de fondo del imaginario voraz de la “literatura femenina”. Por eso, no importa solo qué, cuánto, cómo, dónde se produzca y quién lo encare sino cómo se lea”. La manera cómo leemos, que mayormente se desprende de lecturas previas padecidas durante las socializaciones, determina qué leemos y qué hacemos circular. Por ende, un canon centrado en la masculinidad, prestigia y legitima, a través de sus estrategias de interpretación, independientemente de la expresión de género de sus agentes, materiales con esas características o perpetra cierto tipo de textos, donde especialmente las narrativas son privilegiadas.
Aunque, de acuerdo con la Cámara Argentina del libro, sólo un 20% de mujeres han publicado libros en los últimos 10 años, siguiendo a Bourdieu, podemos sostener que los análisis estadísticos niegan la posibilidad de estudiar escritores y/o géneros no hegemónicos, y prohíben el acceso al éxito en el campo intelectual. Consultada sobre este tema, Susana Cella, catedrática e investigadora de la UBA considera que la institución clasifica y relega a autoras “porque no tienen el mismo aparato de propaganda y circulación que los varones. El canon se convierte en una estrategia mercantil del circuito editorial que responde a la lógica del mercado y a maniobras de dominación.” Domínguez afirma que “desde hace unos años, algunas académicas se han ocupado de que más nombres de mujeres se hagan presentes, no con el objetivo de completar una lista que siempre será parcial, sino para que se conozcan escrituras que tienen un compromiso provocador con la literatura y porque tenerlas en cuenta estimula el deseo y la curiosidad de hallar otras singularidades en un espacio múltiple.”
Por otra parte, Diana Wechsler, catedrática de la UBA y presidenta del Centro Argentino de Investigadores del Arte, sostiene que ciertas hipótesis hacen “surgir naturalmente la presencia de la mujer. Por ejemplo, en los años 30-40, su presencia en el arte de Occidente es enorme en relación al realismo/surrealismo en el juego de arte y política: María Izquierdo, Raquel Forner, Gertrud Stern, Eleonora Carrington, Anne-Marie Henrie, o, incluso, Nora Borges. El movimiento moderno tiene una dinámica que el relato oficial está ocluyendo: no ponerlas es elegir descartarlas.” Mara Sánchez, de la cátedra de Sociología y Antropología del Arte de la UBA y Prof. de Bellas Artes afirma que “La idea de cupo habla de la existencia, aún hoy, de los silencios de la mujer en la historia. Si los silencios no existieran, la demanda de un porcentaje de mujeres en la esfera pública no existiría”. Más aun, Sánchez advierte acerca de la producción colectiva, por ejemplo en los talleres de Tintoreto o Caravaggio, como así también en ciertas disciplinas, todavía consideradas “menores”, como el grabado o el telar, donde sí hay mujeres, cuya presencia la hegemonía de una historia del arte nominal invisibiliza.
Siguiendo a Francine Maciello, la promoción sistemática de la producción simbólica de la mujer advierte acerca del status del arte y la literatura en la apertura de caminos que conduzcan a acciones sociales alternativas: precisamente su capacidad subversiva y de transformación de las estructuras culturales. Negarle este rol, quizás sea negarle uno de sus valores inmanentes como aparatos de cambio, donde visibilizar las expresiones artísticas e intelectuales de las mujeres de todas las épocas, desde Corina, la ignorada competidora de Píndaro, o Aspasia en la Grecia antigua, hasta nuestros contemporáneas, tenga la fuerza para arrastrar tras de si a toda una ola de diversidades de género y de pensamiento que en la actualidad no tienen lugar en el discurso hegemónico, no desde un deber ser políticamente correcto, sino desde lo más desafiante y subalterno. Más aun, recordar y dar voz a nuestras predecesoras cuya experiencia artística ha sido olvidada o desaparecida no es una cuestión menor, especialmente en un país con miles de voces ausentes, desde pueblos originarios hasta generaciones enteras de luchadores y luchadoras. Resta analizar hasta que punto la producción de mujer todavía necesita organizarse en formaciones, en términos de Williams, para promoverse en una sociedad organizada en torno al varón, bajo cuya lógica se administran los bienes simbólicos y materiales de todo el resto.


Leonor Silvestri




Barnstone, Aliki & Willis. A Book of Women Poets from Antiquity to Now. Schocken. New York. 1980.
Bourdieu, Pierre. La dominación masculina. Anagrama. Barcelona. 1999.
D’Atri, Andrea. Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo. Las armas de la crítica. Buenos Aires. 2004.
Domínguez Nora y Puilla Carmen. Fábulas del género. Beatriz Viterbo. Rosario. 1998
Fe, Marina, coordinadora. Otramente: lectura y escritura feminista. Fondo de Cultura Económica. México. 1999
Lerner, Gerda: La creación del patriarcado. Editorial Crítica. Barcelona: 1986.
Molina Petit, Cristina. Dialéctica feminista de la Ilustración. Anthropos. Barcelona. 1994.




5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, no sé si ya dejé un comentario o si intenté hacerlo, en cualquier caso lo reafirmo: el problema del arte y su relación con las mujeres es algo que generalmente pasa desapercibido. Estoy haciendo mi tesis sobre teoría literaria feminista y la cuestión de la ampliación del canón literario; a veces me desmotivo con mi tema porque todos lo ven como superfluo, pero cuando leo otras reflexiones que comparten mi punto de vista me vuelvo a motivar. El tema del arte y las mujeres es un problema urgente y no podemos esperar a que la "igualdad" social lo resuelva, más vale empezar a luchar por esta igualdad desde los terrenos del arte, o donde quiera que estemos paradas, que esperar una solución mágica que venga de otra parte.
Me gustó mucho tu artículo, saludos.

Hebe Solves dijo...

Gracias por tu trabajo de rescate y denuncia. Te felicito. Muy bueno tu artículo.

Chapardi dijo...

Me gustò el artìculo que publicàs.
El problema creo que es no solo que los hombres machistas le asignen un determinado rol a las mujeres, sino que estas, ademàs, se asumen en ese rol pasivo, de relegarse a un segundo plano. De aceptar ser objeto del deseo y no sujeto deseante por temor al que diràn, a la estigmatizaciòn.
Las mujeres son las que educan en muchos casos de manera diferente a sus hijos varones, a los cuales les permiten salir desde antes, que a sus hijas, y de los cuales se enorgullecen si tiene muchas novias, caso que es el contrario en el caso de sus hijas, pues las entrenan para buscar un candidato de buena posiciòn.
Todo esto es parte del machismo, pero paradòjicamente llevado a cabo por mujeres.
Para combatir el machismo creo que la mejor herramienta es una vez màs la educaciòn, pero no la educaciòn tradicional, sino una que sea crìtica, que ayude a leer entre lìneas y a cuestionarse la realidad y el mundo circundante, que nos entrene no solo para pensar sino tambièn para actuar.
Esa educaciòn no la encontraremos ciertamente en las escuelas por lo general, pues estas reproducen el sistema capitalista injusto en el que vivimos, con sus diferencias de gènero, sus prejuicios de clases.
Debemos educar de otra forma, como forma de poner el hacha al pie del arbol que no da frutos, que sea no la bancarizaciòn del saber, sino el plan para la revoluciòn. Y esa en parte es nuestra tarea, que debemos dar y comenzar a partir de nuestro ejemplo cotidiano.

Anónimo dijo...
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Chapardi dijo...
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