Como
soporte del Eros, la narrativa erótica ha sido un vehículo no siempre
visible de satisfacción. Su camino estuvo trazado aleatoriamente por la
pluma de grandes autores encubiertos, tanto en reducidísimas ediciones,
como también asociado a exabruptos gráficos plagados de misoginia.
Con la caída de Franco se creaba en España una colección que
organizó, jerarquizó y dilvulgó, en el mejor sentido del término, una
literatura siempre incómoda. La sonrisa vertical como inequívocamente
llamó Tusquets a la serie de títulos sobre narrativa erótica ayudó a
autores y lectores a reconocerse como tales. Ahora, más allá del pudor o
la vergüenza que como un conjuro condenó la unión de placer y palabras,
el tema aún se debate con inalterable pasión.
A la pregunta sobre qué es lo que hace erótico a un cuento o una
novela, las respuestas se multiplican. Para comenzar polémicas nada
mejor invitar a escena a Mario Vargas Llosa (recordar su Elogio a la
madrastra o Travesuras de la niña mala), quien no hace mucho dijo que
una literatura que es sólo erótica difícilmente llega a ser grande,
debido a –según él– su necesaria monotonía temática. Entonces, la
primera piedra está echada y la disonancia resurge: ¿Qué problema hay
entre la literatura y el sexo?
Piscoanalista retirado, el autor de Historia sexual de los
Argentinos I y II, Federico Andahazi, asegura que así como no podría
haber música sin sonido, instrumentos ni aire, la literatura necesita de
la sexualidad como parte de su materia prima. Por lo tanto, el deseo
siempre está. No obstante esto, el autor parece advertir que la
literatura argentina actual sigue siendo llamativamente asexuada. “Me
sorprende la ausencia que hay del componente erótico, aun con respecto a
otros países de Latinoamérica, en los cuales incluso la Iglesia es
mucho más influyente que en Argentina y en donde es posible encontrar
mucho más producción literaria en ese sentido.” El autor de El
anatomista y Las piadosas considera que una gran parte de la escritura
nacional eludió la sexualidad e incluso hizo de esto un gran arte, el
del eufemismo.
Como Sherezade contando sus historias al rey Shahriar, las
opiniones pueden superponerse en mil y una voces. Así, el escritor
uruguayo Ercole Lissardi, (Trilogía de la infidelidad: Los secretos de
Romina Lucas, Horas-puente y Ulisa) algo molesto con aquello de
caracterizar a la literatura erótica como una narración o descripción de
actos sexuales, no duda en afirmar que el polémico Nobel, lisa y
llanamente, “se equivoca”. Porque, continúa Lissardi, eso es lo que
hace la pornografía, ser monótona, ya que narrar o describir actos
sexuales es, digámoslo, aburrido. El autor y editor afirma que el objeto
de representación de la literatura erótica no es el acto sexual “sino
el deseo, y que Vargas Llosa estará seguramente de acuerdo en que las
formas del deseo sí son, literalmente, infinitas”.
En otra vereda, Ariel Magnus, representante de una narrativa algo
irónica (Un chino en bicicleta y La cuadratura de la redondez) acerca su
mirada a la del célebre colega peruano, al asegurar que no ve una
estrecha relación entre erotismo y gran literatura. Magnus sí reconoce
que una gran novela pueda necesitar momentos de erotismo, pero un gran
libro, “aquel que tiende a ser aquel que empieza por poner en duda su
adscripción a cualquier género, incluido el novelístico, puede o no
tener grandes momentos eróticos, aunque gozamos si los tiene,
naturalmente”, señala.
UN POCO DE AMOR CORTÉS. Variadas, múltiples y
poliformas sí, así aparecen desde la Antigüedad las versiones del amor y
su componente libidinal, pasando por la Edad Media y hasta el
Romanticismo, por hacer un picado histórico poco formal. Con pasajes en
furtivos intercambios epistolares, confesiones expiatorias de actos
prohibidos y sobre todo en tramos de novelas dieciochescas el motor
romántico sexual logra una expresión reconocible. Las fantasías se
desatan. Pero antes, ya parece que desde que el mundo es tal, incluso,
hay dos oficios muy viejos y ambos se desarrollaban en el mismo lugar:
en la cultura griega mucha de la inspiración masculina encontraba
sustento para sus apasionados y hasta hilarantes textos en la vida
cortesana.
En tanto, el ocultamiento o aquello que se quiere decir y sólo la
sublimación de la ficción lo permite alimentó el género erótico siempre y
en el contexto moderno, qué mejor que el anonimato de Internet, para
que encontrarse a leer y escribir de sexualidad. Susana Moo es una
escritora e investigadora española que nuclea a amantes del género en un
sitio que se proyecta como un edén literario .
Moo afirma que lo suyo es la literatura voluptuosa, aquella que también
se puede encontrar en la narrativa no estrictamente erótica la cual
incorpora erotismo en su trama. “No es algo nuevo, ya en clásicos como
El Quijote o La Celestina encontramos capítulos con intenciones, o
resultados, sexualmente excitantes”, asegura la autora del e-book
Microrelatos eróticos.
Más allá de las etiquetas y las eternas antinomias de café,
tertulia o suplemento literario, el deseo tiene quien le escriba. Y,
como dijo el director de cine español García Berlanga, seguidor de Eros
si los hubo, el mejor vehículo del erotismo sigue siendo el libro,
porque allí, “la rubia (o el rubio, agregaríamos a esta altura) es
aquella persona a la que tú idealizas, mientras que en el cine es sólo
la rubia que está en pantalla”. «
TALLER Y PLACER
Leonor Silvestri, poeta, traductora, especialista en Literatura
Antigua y militante feminista, todos los años desde hace 10, dicta un
taller en torno a las sexualidades –que incluye el erotismo– en el mundo
antiguo. De la mano de teóricos como Judith Butler, Monique Wittig,
Beatriz Preciado, Michel Foucault o Teresa de Lauretis; Silvestri y sus
alumnos buscan quitar los condicionamientos sexuales de su momento
histórico, con herramientas críticas contemporáneas. “De esta manera y
como parte del taller revisamos la mitología grecolatina hasta los
talleres de pensamiento y películas queer y de género.”
(www.todonuevobajoelsol.blogspot.com)